
Su infancia fue feliz hasta que, como consecuencia de la consanguinidad de sus padres, Toulouse-Lautrec padeció una enfermedad que afectaba al desarrollo de los huesos. Su constitución ósea era débil por lo que sufrió dos fracturas en los fémures de ambas piernas, que le impidieron crecer más, alcanzando una altura de 1,52 m.
Decidió ser pintor, y, con el apoyo de su tío, fue a vivir a París en 1881. Allí, fue alumno de Fernand Cormon. En el estudio de Cormon se hizo amigo de Vincent van Gogh.
La fascinación que sentía por los locales de diversión nocturnos le llevó a frecuentarlos con asiduidad y hacerse cliente habitual, todo lo relacionado con este mundo, incluida la prostitución, constituyó uno de los temas principales que ocupaban sus obras, el pintaba a los actores, bailarines, burgueses y prostitutas. A éstas las pintaba mientras se cambiaban, cuando acababan cada servicio o cuando esperaban una inspección médica…
Al contrario que los artistas impresionistas, apenas le interesó el género del paisaje, y prefirió ambientes cerrados, iluminados con luz artificial, que le permitían jugar con los colores y encuadres de forma subjetiva. Llegó a vender obras y fue reconocido.
Este mundillo de vicio y extravagancia fue un refugio para el, su minusvalía causaba rechazo en los salones. Criticaba a todos aquellos que reflejaban paisajes en sus cuadros, ya que él opinaba que lo que verdaderamente valía la pena eran las personas, el pueblo.
Tenía grandes problemas con el alcohol, lo que muchas veces derivaba en locura. En 1886 abandonó el estudio de Cormon y arrendó el suyo propio. El alcoholismo deterioró su salud.
Y a partir de 1897 padeció manías, depresiones y neurosis, además de ataques de parálisis en las piernas y en un costado. Sin embargo seguía pintando aunque lo internaron en un sanatorio mental. Allí realizó una colección de pinturas sobre el circo.
Le dejaron ir a casa de su madre y el 9 de septiembre de 1901 murió postrado en su cama.